martes, 1 de septiembre de 2015

¡Cuánto hijo DE puta!

Cuanto hijo de puta hay suelto por este mundo. A esta conclusión llego después de que ayer tuviese que pegar un frenazo en moto que a mi novia le ha costado un dolor de cervicales inmenso y, claro está, un tremendo susto. El hecho fue que un hombre de avanzada edad, conduciendo un coche de gama alta (no recuerdo si BMW o Mercedes) vio un sitio para aparcar y ni corto ni perezoso se metió en contra dirección sin importarle una mierda si venía otro vehículo de frente o no. Y dio la casualidad que sí, que bajábamos nosotros en moto, tan tranquilos, confiados en el respeto del prójimo por las normas de circulación. Pero esto no fue lo grave, aunque este hecho valiese ya para insultar a semejante especimen. El hecho fue que aún tuvo cojones el bicho de decirme que a ver si miraba por donde iba. ¡A mí! Manda cojones, le respondí, que se meta en contra dirección y se haga la víctima. El hijo de puta me lo callé, como también me reprimí las ganas de bajarme de la moto y soltarle una ostia con la mano abierta para estamparle aquella cara de hijo de puta contra el volante de su flamante coche. Suerte tuvo de que mis padres me educasen con la idea de que la violencia no es la solución, aunque con los años haya yo cambiado esa idea. Y tuvo suerte también de no vivir en Estados Unidos para que el de la moto no le encañonase con su magnum 44 el puto cacahuete que tiene por cerebro.
Desahogado esto, viene al cuento para explicar qué clase de hijos de puta hay en este país de mierda. No confundir  hijo de puta con hijoputa, sin la "de" de por medio. Un hijoputa, para mí, es un apodo cariñoso dicho a algún traviesillo que se acompaña con una risa trasera. Pepito atracó el banco con una piruleta en el bolsillo. Que hijoputa, ja ja ja. Algo muy diferente a Pepito atracó un banco con una recortada y se cargó a tres empleados y una niña de cinco años. Que hijo de puta. Y aquí no hay risas que valgan.
En este país de mierda, de mano blanda, donde Franco y algunos otros nos enseñaron que la violencia no es la solución, que trae más violencia, que las personas se merecen quinientas oportunidades, que las cosas se solucionan hablando y demás pollas en vinagre, los hijos de puta campan a sus anchas. En la antigüedad, si un ladrón robaba una manzana, debía devolver dos; si un rey dejaba que su pueblo muriese de hambre, se le guillotinaba; o en la actualidad, no en pocos países, si un hijo de puta atropella a un peatón por ir borracho, se pudre en la cárcel. Aquí no. Aquí, si robas no devuelves nada; si matas a alguien y te portas bien en la cárcel sales a los tres años; y si te metes en contra dirección y provocas un accidente, aún pides una indemnización a terceros porque con el frenazo te has dañado las cervicales.
Nos han convertido algunos iluminados en una sociedad individualista y egoísta. Raro, muy raro, encontrarte hoy día una persona que asuma sus errores, que pida perdón por ellos o por lo menos que tenga la vergüenza de admitir que se ha equivocado. Hoy día, si te puedes beneficiar a la mujer o al marido de otro ser humano, pues te lo beneficias; si puedes sisarle un euro a un niño, pues se lo sisas; si puedes joder a tu esposa matando a tus hijos, pues te los cargas y los incineras; si puedes echarle la bronca a un funcionario por creerte con derecho a todo y sin ninguna obligación, pues se la echas y que cada cual aguante su ciprés. Eso sí, al que le mire las tetas a mi señora le meto tres sopapos que lo avío, y no importa que yo le meta los cuernos a mi señora con media ciudad, lo mío es diferente, siempre.
Los hijos de puta no cometen errores, no tienen obligaciones, no respetan nada ni a nadie (ni a su madre), se creen por encima de todos y de todo. Me imagino a Hércules nacido en Barcelona, menudo hijo de la gran puta que sería.
Por suerte, la naturaleza aún sigue siendo sabia y nos concede el don de hacer feo, egocéntrico, gay o impotente a algún que otro hijo de puta para que no vaya por ahí esparciendo la semilla del mal. Aunque quiero decirle aquí a la diosa verde una cosa: está bien eso, pero tiene que esmerarse un poquito más, porque algunos se le han pasado y otros no lo merecían. Lo cierto es que cuando ves sin hijos a algún hijo de la gran puta de esos, te entra un gustirrinín por el cuerpo que te arrancas por soleares aunque estés en bata y pantuflas.
Para acabar, quiero animar aquí a los hijos de esos hijos de la gran puta a hacerles ver a sus padres o madres que los parieron (porque cabe recordar que hijos de puta hay de todas las razas, credos y sexos) que no está bien ser un hijo de puta, que eso es caca, que posiblemente un día se encuentren con otro hijo de puta más grande que ellos que los muelan a palos por mirarle las tetas a su mujer o por ir en contra dirección sin importarles una mierda quien venga de frente. Y si gracias a Zeus esos hijos de puta no tienen hijos, hago el mismo llamamiento a padres, madres, amigos, amigas, esposos, esposas, jefes o jefas. Por mi parte, estoy seguro que mi forma de actuar hará que muera durmiendo, feliz, sin sufrimiento alguno. No sé si todos los hijos de la gran puta de este país pueden opinar lo mismo. Espero que no.

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