lunes, 30 de mayo de 2016

Adolescencia, divino tesoro

En su día yo también fui un adolescente problemático, sino que le pregunten a mis padres. Los tiempos han cambiado mucho y lo cierto es que si miro atrás, comparándome con los adolescentes actuales, se podría decir que era un santo. En mi época había drogas al alcance de todos, alcohol y también sexo, y faltaba mucha información. Hoy día Internet es imprescindible en todos los sentidos, el problema es que los jóvenes esa cantidad de información la utilizan siempre dependiendo de su conveniencia y su curiosidad es casi siempre mal usada. Saben que no irán a la cárcel por un delito si es menor, saben que existe la píldora del día después, saben donde conseguir las drogas más duras del mercado y han leído sentencias que obligan a los padres a mantenerlos hasta que se mueran. Los adolescentes de hoy día saben, o creen saber, muchas cosas, pero hay un par de cosas que no saben y no admiten que no las saben: desconocen el significado de experiencia y, sobretodo, de respeto.
La experiencia es un arma muy valiosa y se adquiere con los años. Como he dicho antes, un adolescente cree saberlo todo, pero en realidad es un ingenuo con aires de grandeza, un niño en el cuerpo de un hombre. Yo mismo lo fui en su día. Pensaba que mis padres me abroncaban por emborracharme para aguarme la fiesta, por ejemplo. Ahora que soy padre sé que me lo decían porque me querían y no deseaban que su hijo la palmase en un accidente de tráfico (algo que me fue de pelos en más de una ocasión) por ir borracho o drogado. Pero yo me creía el más listo del mundo y la muerte creía que no era para mí, por eso enviaba a mis padres a la mierda o me iba de casa cada vez que empezaban con la charla.
La experiencia me ha enseñado que hasta los veinticinco años no supe una mierda de nada, aun creyéndome Dios. Y ahora hago caso a mis padres en casi todo, o por lo menos los escucho, porque sé que ellos saben más que yo de todo: me llevan unos cuarenta años de ventaja. Pero la inexperiencia, la fogosidad, la altanería, el orgullo adolescente no es lo más importante de lo que carecen los jóvenes de hoy día y todo esto lo cura el tiempo. Hay una carencia más importante que el resto de carencias que he mencionado antes que hace mella en la sociedad actual y daña por igual a padres e hijos: el respeto.
En mi época si se me ocurría faltar al respeto a cualquiera de mis progenitores como poco me soltaban una ostia que me saltaban los dientes. Y pobre de mi que se me ocurriese rebotarme o ir a la policía. Ese respeto a los padres se ha perdido hoy día y no creo que sea sólo error nuestro. Nosotros, los padres, también estamos perdidos y no sabemos cómo actuar. Las leyes favorecen siempre al más débil, aunque el débil sea un hijo de la gran puta que mata, insulta o denuncia a sus padres porque no le dan la paga. Dicen que quieren que la sociedad del mañana sea una esclava que trabaje gratis hasta la muerte para que unos pocos hagan orgías en sus lujosos yates. Pues llegamos tarde, muy tarde. Ya somos esclavos sin saberlo. Los padres somos esclavos de nuestros hijos, los trabajadores esclavos del patrón, los ciudadanos esclavos de nuestros dirigentes y todo ello porque el respeto a los padres y a la vida humana ha dejado de existir.
Explicaré una anécdota de la que me avergüenzo aún hoy día. Desoyendo los consejos de mi madre yo quise jugar a ser mayor siendo aún un niño. Un día mi madre se rompió el tobillo al pisar mal en una cloaca que no vio por ir llorando porque llevaba días sin saber de mí. El disgusto no lo viví porque yo no aparecía por casa y en aquel momento me dije que le estaba bien empleado por llorar por nada. Cuando aprendí el significado de respeto hablé con mi madre y le pedí perdón por el tobillo roto. Dios sabe que jamás me he perdonado por aquello y me avergüenzo de muchos de mis actos adolescentes, muchos. He hecho daño a muchas personas, a muchos amigos y no tan amigos. Arrastro una mochila muy pesada, y eso no se lo deseo a nadie. Y a pesar de todo, gracias a las dos ostias que mi padre me dio a tiempo, he sabido reconocer mis errores y no volverlos a cometer. Es más, por una de esas casualidades de la vida sufro en las carnes de mi hijo lo que yo un día hice sufrir a otros. Y eso también lo llevo dentro.
No estoy de acuerdo con esos pretendientes a santos apostólicos que van por ahí diciendo que la violencia no es la solución. No estoy de acuerdo. Yo les aseguro que una ostia bien dada a tiempo es la solución a muchos problemas. Sólo espero que aquellos que abogan por el diálogo su hijo les pegue dos ostias cuando con dieciocho años les nieguen un coche o cincuenta euros para cocaína, a ver qué opinan entonces del diálogo. Cuando plantas un árbol torcido, una vez crecido es imposible enderezarlo. Y la juventud de hoy día solo hablan por WhatsApp. Así que ahórrense los comentarios utópicos de que la violencia no es la solución, me los paso por el forro. Los adolescentes no piensan, actúan y resuelven todo a palos porque se creen inmortales y lo que con palos se hace, con palos merecidos se arregla. Yo me alegro de que mi padre me diese dos ostias cuando las merecía. Se aprende a ostias, ley de vida. Lo que sí podemos hacer es educarlos desde bien pequeños para que recapaciten a tiempo y puedan ver sus errores antes de que el padre o la madre acabe en la cárcel por el cachete dado a destiempo. Creo que la misión de un padre es inculcarles a sus hijos sobretodo respeto y empatía. Respetando y empatizando pueden resolverse muchos problemas futuros. Nuestros hijos adquieren su carácter desde los cero a los seis años. La educación que se les de en ese tiempo será la que les acompañará por vida. No importa que su hijo sea Hitler a los dieciocho si era Gandhi a los cuatro, tarde o temprano se dará cuenta de su error y volverá a ser Gandhi. Ahora bien, si cría usted a su hijo perdonándole todo o nada (tan malo es un extremo como el otro), sepa que de mayor será o bien un dictador cabrón o bien un depresivo suicida. Usted elige. Creo, y así lo creen también algunos psicólogos consultados en libros, que la mezcla de mano dura y cariño dependiendo del momento es la educación ideal para que el árbol no llegue a los cien años torcido.
Esto era para los padres. Ahora viene mi charla a los adolescentes. Tus padres te han dado la vida, se han levantado a las dos de la madrugada para cogerte en brazos y volverte a dormir, te han llevado al médico siempre que lo has necesitado, te han apoyado en los estudios y se han quedado despiertos el sábado por la noche hasta que has vuelto de farra. Tus padres han sufrido y sufren mucho por ti, no los defraudes. Y tampoco esperes a ser padre o madre para intentar entenderlos. Un padre normal quiere lo mejor para su hijo. Es cierto que cometemos errores, nadie nace enseñado, pero los consejos que da un padre es buscando siempre la felicidad de un hijo. Respeta a quien te ha dado la vida, perdónale sus errores, ayúdale con buenas acciones y él dará su vida por ti cuando la necesites. Da y recibirás. No creas saberlo todo, no es así. Eres mortal e ingenuo. Lo sé porque yo fui como tú. Haz lo que debas hacer, pero siempre con humildad. Nadie es más que nadie. Escucha y aprenderás a no cometer los mismos errores que cometieron tus padres. Respeta y serás respetado, ama y serás amado. Perdona y serás perdonado. Y recuerda, bueno sí, gilipollas no. Y si tienes la mala suerte de tener unos padres capullos que son incapaces de saberte educar en el respeto y la bondad, ten en mente sus errores para no caer tú en los mismos y busca en tu entorno cercano los buenos consejos de quien creas que sabe darlos. Si no eres un capullo como ellos siempre tendrás a tu alrededor alguien que te quiera ver feliz. El camino correcto es siempre el que está lleno de espinas, pero vale la pena cruzarlo.

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