sábado, 6 de mayo de 2017

El Círculo vicioso

Un murmullo recorrió la sala cuando acabó la película “El Círculo”. Para quién no sepa de qué va la película, “El Círculo” trata sobre el recurrente tema del espionaje social. Una empresa norteamericana, asimilada a Apple, con Tom Hanks copiando a Steve Jobs en vestimenta y puesta en escena, inventa unas minicámaras que se pueden instalar allá donde el usuario quiera y vía satélite envía la imagen y el sonido a nuestro ordenador o móvil. Todo se ve, todo se sabe y todo el mundo está interconectado por la app de la empresa. Por supuesto que la película toca levemente el problema de privacidad que ello comportaría y suple esta falta de privacidad argumentando que las minicámaras pueden serle muy útil a la policía para atrapar a presos, acabar con el terrorismo, etc. No explicaré aquí el final de la película, bastante predecible por cierto, pero lo que sí es cierto que los rumores al acabar la película eran todos los mismos: ¿Serán capaces nuestros políticos de hacernos semejante putada? ¿Las cámaras servirán también para espiarlos a ellos? 
Hagamos una reflexión orwelliana de dicha problemática. Imaginemos (poco hay que imaginar) que en todo momento el mundo entero puede saber qué hacemos, dónde estamos, en qué nos gastamos el dinero, con quién salimos de fiesta, con quién hablamos, etc. Todo, todo, todo. George Orwell, en su famosa novela “1984”, ya nos habla de dicha problemática y deja ver, al igual que se hace en la película, que el ser humano no haría nada ilegal si supiese, o al menos sospechase, que le están observando. Claro está que muchos de nosotros podríamos alegar que el que no tiene nada que ocultar puede estar tranquilo o no ver amenazada su privacidad, o su salud o su libertad por poner unas cámaras por toda la ciudad. Puede ser. Pero, ¿de quién depende que nosotros hagamos algo ilegal? Me explicaré. Imaginen que un padre le da un cachete a su hijo en el culo por… clavarle un cuchillo al pez naranja que nadaba tranquilamente en la pecera del salón. O que para enseñar a nuestro perro a no defecar en el parquet de roble de nuestra maravillosa habitación le cogemos el morro, se lo hundimos en la mierda y le zurramos con un periódico para que aprenda que eso no se debe hacer. Estamos castigando a nuestro hijo o a nuestro perro de la manera que creemos más conveniente. Pues bien, imaginemos también que en ese momento un defensor del menor o de los animales ve esa zurra sin saber por qué ni importarle, y nos denuncia a la policía. ¿Es justo ir a la cárcel porque un señor prefería ver lo que nosotros hacíamos en nuestra casa que dedicarse a limpiar la suya creyendo que lo que hacíamos nosotros estaba mal y que él actuaba bien? Nuestro comportamiento no tenía nada de ilegal, un cachete en el culo o en el hocico no es ilegal, no estamos matando a nadie y encima nosotros creemos que nuestra manera de actuar es la correcta, sino no lo hubiéramos hecho. Imaginemos que nos ponen una multa, ¿volveríamos a actuar como lo hicimos? Es más, sabiendo nuestro hijo que no lo podemos tocar, ¿volvería a ensartar al pobre pez en un cuchillo? ¿Debemos renunciar a nuestra privacidad para que nuestro hijo pueda ir seguro por la calle? ¿Queremos eso? Y de todas formas, ¿quién es capaz de decir lo que está bien o lo que está mal? Yo creo que nuestro hijo debería ir seguro por la calle sin tener que renunciar a su privacidad. Y nosotros igual. ¿Es beneficioso para mí que mi madre o mi hijo me vean haciendo el amor con mi esposa? ¿Qué pasaría si en pleno auge me da por vestirme de enfermera? ¿Para el resto del mundo sería un travestido, un degenerado o sólo una persona que quiere pasárselo bien unos minutos? ¿Y para el gobierno? ¿Iría a la cárcel por dar mal ejemplo o por incitar al perversionismo? Cada uno en su casa hace lo que quiere (sin derramar sangre, por supuesto) y no quiero pensar qué sería de nosotros si nos quitasen eso también. 
No hay que ser un experto para saber que el momento “Gran Hermano” se acerca muy rápidamente. Pagamos con tarjetas de crédito, subimos nuestra vida a Facebook o Instagram, los móviles llevan localizadores y ya se habla de poner chips en bebés para evitar secuestros exprés. “El Círculo” no es una película futurista, sino contemporánea. Nuestros dirigentes y empresarios saben en qué nos gastamos el dinero, qué bebemos, qué fumamos, qué escribimos, con quién hablamos, etc. El problema es: ¿nuestros dirigentes y grandes empresarios están también pinchados o viven al margen de la “ley”? Yo, siendo pesimista, o realista según se mire, hago mis cábalas y concluyo lo siguiente: no y sí. No están pinchados y sí viven al margen de la ley. Ellos han creado este sistema para su conveniencia, no van a dejar ningún cabo suelto. La única manera de destruir este sistema que nos devora a pasos agigantados es desde dentro. El problema es que una vez dentro o no se puede o no se quiere destruir el sistema. Lo vemos con algunos políticos críticos que o bien se vuelven como los que hasta hacía poco criticaban por ser casta o de repente se retiran de la política y pasan a ser columnistas o ejecutivos de grandes empresas. Está claro que o estás metido en el sistema o no estás. No se puede luchar contra los grandes poderes universales que rigen nuestro destino. No se puede vencer a la banca, ni a la política, ni mucho menos a la economía global. De aquí a poco, con la excusa de nuestra seguridad, las ciudades se llenarán de cámaras, inyectarán chips en los cuerpos de nuestros hijos, se nos prohibirá hablar de comunismo o fascismo, etc. Es decir, se nos implantarán sus ideas y con más miedo que libertad sobreviviremos hasta que el mundo se vaya a la mierda y todo vuelva a empezar. ¿Cómo acaban ellos con aquellos que se hacen escuchar y llaman a la revolución? Los fichan o los matan. Les dan poder y dinero para que callen y si siguen por el mal camino… ¿cuántos asesinatos quedan impunes por falta de pruebas? ¿Cree en serio que una persona que esté contra el sistema y se haga oír van a dejarla ahí para que les desmonte el chiringuito? NO. No puedes matar a tu verdugo con las manos atadas a la espalda y un saco en la cabeza. Deben ser ellos mismos los que vean que el dinero y el poder no dan la felicidad, pero a estas alturas eso no me lo creo ni yo. La única salida es la educación, la buena educación y la buena enseñanza, pero si los grandes poderes son los que dicen qué debemos estudiar o cómo debemos educar pues vamos apañados. No me imagino a un esclavista diciéndole a su hijo que tener esclavos está mal. ¿Y ustedes?

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