viernes, 26 de mayo de 2017

La Habana, Cuba, 1850

Fernando se sorprendió al ver que el segundo del capitán Cabeza de Perro le invitaba a pasar al interior de una tienda de dulces. Aun así siguió a Pérez, que una vez dentro del colmado abrió un puerta camuflada por estanterías llenas de botes de vidrio con frutos secos en su interior y bajó a un sótano oscuro repleto de colmillos de elefantes, joyas doradas, odres repletos de aceite de copra, tarros de almizcle, pieles de felinos desconocidos y cornamentas de ciervo. El capitán fue al grano y le preguntó al habanero Fernando por el bergantín en cuestión. 
-Parte mañana a mediodía hacia Nueva York -le informó- cargado de oro, plata, ron y azúcar de caña. 
La desproporcionada cabeza del capitán, que le dio su sobrenombre, aunque bien podría haber sido Cabeza de Toro, asintió lentamente mientras garateaba un mapa del golfo. 
-El Invencible zarpará al alba -dijo sin apartar la mirada del mapa-. Pérez , reúne a la tripulación -dijo levantándose mientras gemía de dolor por sus reumáticas rodillas. 
Pérez  abandonó a toda prisa el sótano mientras el capitán le ofrecía a Fernando su recompensa por delatar a los ricos cubanos que abandonaban la isla camino a una vida más placentera. 
-Coge lo que quieras y vete -y eso hizo el mulato. 
Al alba El Invencible zarpó puntual y navegó hacia el este, hacia Los Jardines del Rey colombinos, ahora llamados Los Cayos, para ocultarse alli y esperar el paso del bergantín El Audaz para abarloarlo, abordarlo, saquearlo y hundirlo después de pasar a cuchillo a toda su tripulación, como era su costumbre, fruto de una infancia arisca, solitaria, maltratada y rencorosa. 
Conocía bien aquel trozo de océano y por ello acuciaba desde allí a sus presas marítimas, con la esperanza de que el capitán enemigo desconociese los invisibles bancos antillanos y abordar así a los mercantes varados sin vaivenes traicioneros. Cabeza de Perro intentaba siempre jugar sobre seguro, y a pesar de ser pirata desde joven prefería pisar sobre firme. Los pies en la tierra, el alma en el mar y la mirada siempre en el cielo. 
El sol descendía ya cuando el grumete gritó bergantín a la vista a vabor. 
-¿Banderas? -preguntó el capitán. 
-Comercio y español -informó el grumete. 
Cabeza de Perro apuntó su catalejo al casco del barco y pudo divisar su nombre. Era El Audaz y navegaba a treinta nudos hacia el noreste. 
-¡A pescar! -gritó el capitán Cabeza de Perro y su tripulación respondió al segundo. 
El grumete, situado en el palo mayor, izó la bandera pirata y en varias horas El Invencible había llegado ya a la altura de El Audaz. Usando los cabos como lianas, diez de los hombres del capitán García, su verdadero apellido, lograron poner pie en la proa del bergantín no sin suerte, ya que los ricos tripulantes de El Audaz disparaban sin apuntar sus arcabuces para defenderse. A pocos criollos les dio tiempo de sacar su espada del cinto y la mayoría murió, a machetazos, a manos de los primeros piratas que abordaron el mercante. Una vez tomado el bergantín, Cabeza de Perro pasó por la pasarela que unía ambas naves para dirigir el saqueo. 
-¡Quiero todo aquello que tenga valor en El Invencible ya! -gritó-. Pérez , trae a mi presencia a todos los miembros del barco. 
Pérez  ordenó a dos piratas más que le acompañasen y a los pocos minutos quince hombres y una mujer treintañera imploraban piedad al capitán pirata en la cubierta de la nao abordada. La mujer portaba en brazos a una niña de unos dos años que lloraba desconsoladamente. 
Cabeza de Perro miró a su segundo y éste se encogió de hombros. Era la primera vez que se encontraban con pasaje femenino en un barco abordado. El capitán se dirigió pensante a proa y sin volverse dijo:
-Lleváos abajo a los hombres. Ya sabéis qué hacer con ellos. 
Pérez repitió la orden a sus hombres, que obedecieron al momento. 
-¿Y las féminas, capitán? 
Cabeza de Perro calló unos segundos. 
-No soy asesino de mujeres, lanzadlas por la borda. 
-Pero capitán, si sobreviven… 
-No matamos a mujeres, Pérez. 
Con un leve movimiento de mentón de Pérez dos fornidos marineros agarraron a la mujer y a su pequeña hija y las tiraron por la borda entre sollozos y ruegos. 
Al poco El Invencible veía desde lejos cómo el bergantín explotaba primero y se hundía después. 
La escandalosa alegría de los marineros por el botín conseguido no evitó que el cruel capitán se asomase a estribor al oír el llanto de un bebé que llamaba a su madre desesperadamente. Y allí estaba la niña de dos años, sola, flotando en las calientes aguas caribeñas gracias a sus anchos faldellines, gritando mamá mamá y llorando mientras Cabeza de Perro veía como su silueta se perdía entre las olas sin hacer nada por evitarlo. La luna llena le hizo sentirse culpable y sin pensarlo llamó a Pérez a su lado. 
-Cuando lleguemos reparte el botín a partes iguales. El del sótano también. Será la última vez que me veas. El mar se ha vuelto femenino e infantil y ya no estoy para estos chances. 
Cuentan los más ancianos del lugar que hace más de un siglo, en la punta de San Andrés, un famoso y rico pirata, viejo arisco y callado, perdía las horas fabricando una maqueta de un bergantín con desechos de tea, bramante y lienzo, con un mellado cortaplumas como única herramienta. Cuando un niño pasó por su lado y le preguntó para quién estaba haciendo la maqueta, el viejo respondió: es para una niña que me llora dentro.

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